Bob Dylan

Tü Opinión  

Knockin’ On Hell’s Door (Dylan Heart)

Nuevo artículo de César Espí

26/09/2016 - 11:30

Tomándome un café hace algunos días, distraído en los vaivenes del bar donde me encontraba, acabé por interceptar una conversación entre dos chicos que, emocionados, reivindicaban la autoría del clásico "Knockin´ On Heaven´s Door" al errabundo cantante Axl Rose de Guns and Roses. Aquel comentario hizo pensar en lo ajenas que muchas canciones de Bob Dylan le son a su propio autor. Tuve la sensación de que, ciertamente, las dejaba sin terminar y que tal vez lo hiciera más consciente de lo que nos quiso hacer creer. Muchos de sus clásicos parecen las hijas de un padre ausente, de un progenitor desprendido que desea que otro se encargue de ellas.

Con la taza de café ya vacía concluí que seguramente hubiera un motivo explícito detrás de aquel extraño comportamiento; y la fascinante idea de que un autor como Dylan se quisiera deshacer de sus propias composiciones me trajo a la cabeza al actor Micky Rourke interpretando a Johnny Favourite en la película "El Corazón del Ángel" (Angel Heart) de 1987.

Me reconozco entre los que en algún momento de su vida han pensado que "All Along the Watchtower" era un tema de Jimi Hendrix, "Like a Rolling Stone" de Rolling Stones, "Mr. Tambourine Man" de The Byrds, "Highway 61 Revisited" de Johnny Winter, "I Shall Be Released" de The Band o "If Not For You" de George Harrison; así como "Country Pie", "My Back Pages" o "Father of Night" de The Nice, Roger Mc. Guinn o Manfred Mann, respectivamente, y sin embargo soy consciente del enorme peso músico/social que significó -y significa- la trilogía formada por los discos; Bring It All Back Home (1965), Highway 61 Revisited (1965) y el celebérrimo Blonde on Blonde (1966), firmados todos ellos por un mesiánico Bob Dylan que, tan solo un año después de la publicación de éste último, desaparecería de la vida pública para recluirse en una granja de Woodstock (Nueva York). Allí, y junto a su familia, viviría austeramente, alejado de la movediza escena musical americana de los ´60, y deshaciéndose de su propio repertorio en huidizos discos country de autocomplaciente decadencia. Usó como excusa para el exilio haber sufrido un accidente de tráfico en Julio de 1966 y se quitó de en medio asegurando "haber visto la luz". Un misterioso ardid que le evitaría, en lo sucesivo, cualquier halo de notoriedad a través de su música o su persona.

Fue justo a partir de aquel momento cuando comenzó a componer más diamantes en bruto. Manjares que otros extraerían, como cervezas de un cubo helado en una fiesta, para regocijo del público y las listas de éxitos. Una oscura e hiperbólica elipse que le convertiría en una suerte de imitador de su propio repertorio y en cuyo eje central se dibujaría la extraña figura de Robert Allen Zimmerman, alias Bob Dylan.

La trama adquirió interés cuando recordé una turbadora entrevista concedida por el propio músico hace ya algunos años. En ella afirmaba, con evidente congoja, que a día de entonces seguía pagando la enorme deuda derivada de un contrato suscrito con "el comandante en jefe de un mundo que no podemos ver", con cláusulas tan antiguas como las que firmó el primero de los hombres. De ahí que un delirio me condujera al Fausto de Goethe que, a su vez, me hizo desembocar de nuevo en Angel Heart: La película en la que Alan Parker narra la recurrente historia de la venta del alma al diablo por artistas ávidos de lujuria. Enseguida columbré los inquietantes paralelismos entre Johnny Favourite (alter ego de Harry Angel en la película) y Robert Zimmerman (alter ego de Bob Dylan en la realidad).

Quizás Dylan también hubiera permutado su alma a cambio de la fama y la fortuna; y quizás también él, desde la atalaya de esa gloria ya disfrutada, hubiera tratado de eludir el pacto sin éxito. Como ocurriera con Favourite, Dylan, también habría sido descubierto por el implacable Luois Cypher (Lucifer), y en castigo a su esquizofrénica mise en escène, el demonio, le habría obligado a recordar su antigua deuda haciéndole sufrir un dramático descenso a los infiernos.

Para escapar del diablo, Johnny Favourite, se convirtió en Harry Angel: Un vulgar detective de poca monta que se debatiría agónicamente entre el evangelismo, el vudú y la apostasía en busca de refugio. No muy distinto a lo de Dylan, que desapareció del mundo (que es lo que suponía recluirse en su granja de Woodstock) convirtiéndose en un amnésico anónimo al que ya se conocía como a un "Judas" y cuyos devaneos con todas las religiones convertirían en un huidizo moroso. -El tipo de persona que tanto agrada al maligno y a quién suponen un estímulo extra-.

La traición de Harry Angel a todas sus amistades forma parte del oscuro encanto del personaje siendo su "alter ego", Johnny Favourite, quién perpetrara las vilezas. Robert Zimmerman, por su parte, también decepcionó a sus admiradores, a sus líderes religiosos, e incluso a sus más generosos colaboradores musicales: The Band, estando detrás de todas las felonías su enmascarada segunda personalidad: Bob Dylan.

Durante toda su vida, Bob Dylan, ha tratado de deshacer el trato con Louis Cypher, atormentado, como todos sus antecesores, por el alto precio a pagar por algo tan vacuo y provisorio como son la fama y la fortuna. Al comprobar que su intento de burla al demonio había fallado recurrió al último arbitrio de los condenados: solicitar el amparo de otras deidades. Pensó que convirtiéndose al catolicismo y actuando ante el Papa podría acceder al indulto de su alma condenada declarándose, por fin, salvado.

-Sabéis que estamos viviendo los últimos días. Llegó a predicar durante la gira de su elocuente álbum Saved en 1979 y, tras citar la Biblia, añadió: -Echad un vistazo a Medio Oriente. Os avisé en "The Times They Are-a-Changin´". Dije que la respuesta estaba flotando en el aire, ahora os digo que Jesús está de vuelta-. Concluyendo aquel sermón diciendo sentirse rescatado por la gloria de Dios, redimido, y lleno de gracia divina al grito de mil aleluyas que no evitarían que el nauseabundo olor a azufre del Infierno aún le envolviera la pituitaria.

Seguramente, tal y como sucede en el imprescindible film de Alan Parker, Bob Dylan no consiga nunca zafarse del sinalagmático acuerdo que suscribió con Louis Cypher, y que, todavía a día de hoy, sigue indeleblemente vivo. Incluso es posible que el propio Louis acabe por convocarle para ofrecer un último concierto. Un recital íntimo que ocurrirá en una amplia sala, donde un deleitado Cypher le esperará solo, sentado en una confortable butaca de terciopelo desde la que, acariciando la empuñadura de su elegante bastón de plata, se preparará para escuchar a su más escurridizo socio entonar, durante toda la eternidad, el estribillo de aquella canción en la que decía sentirse como llamando a las puertas, esta vez, del Infierno.