Jimi Hendrix

Tü Opinión  

La Maldición del Faraón Eléctrico y su Corte

Nuevo artículo de César Espí

23/08/2016 - 12:14

La relevancia de Jimi Hendrix trasciende a lo insólito. No solamente por su enormidad técnica y compositiva o por representar al misterioso Club de los ´27 (cuyo miembro fundador y referente fue Robert Johnson). El milagro Hendrix, parafraseando a su amigo Kevin Ayers, comenzó como una bendición pero terminó maldito. Su vida, errática y azarosa como pocas, estuvo plagada de señales trascendentales y, del mismo modo, sus canciones fueron las profecías de un faraón que maldijo con su muerte a todos aquellos que osaron perturbar su eterno descanso.

Jimi Hendrix nació un premonitorio 27 de Noviembre de 1942 en Seattle, como si el día de su venida al mundo marcara también el de su permanencia. Un flemático desvanecimiento que el propio músico intuyó y que se acentuó desesperadamente durante los dos últimos años de su vida cuando, de forma indolente, comenzara a interpretar, y tan solo en directo, la premonitoria composición Hear my train a-comin´ (oigo que se acerca mi tren) como su personal marcha fúnebre. La danse macabre que muchos genios terminan por autocomponerse cuando presienten que el tiempo que se les concedió se está agotando.

Su talento se configuró con el peculiar cóctel del que beben los artistas más inusuales: madre alcoholizada, separación familiar, incomprensión, fracaso en los estudios, falta de recursos y condición racial. Un magma furibundo que o bien terminaba en cárcel o bien en un instrumento musical. En ocasiones, incluso, en ambas.

Explicar el monumental torrente creativo de Jimi Hendrix desde las aburridas panorámicas sociológicas es cuestión de académicos, es por esto que serán las pseudociencias quienes mejor nos ayuden a comprender la enigmática figura de aquel  astro man.

Desde el punto de vista astrológico, The Jimi Hendrix Experience, fue la banda perfecta: un signo de fuego lideraba el trío (Hendrix era Sagitario). Uno de agua, Mitch Mitchell (que era Cáncer) plantaba cara al incendio, y uno de tierra, Noel Redding (Capricornio) pintaba el escenario perfecto donde se producirían las hostilidades. Fuego, tierra y agua. Los elementos necesarios para un paisaje volcánico.

Las bandas de cuatro o más miembros, y de distintos signos zodiacales, tienden a la hostilidad pero ansían el equilibrio, es por esto que los tríos focalizan mejor las aptitudes de sus miembros aunque también se desintegren antes. Este es el caso de The Who, una banda que representó al zodiaco musical en su configuración exacta. Peter Townshend (Tauro) -líderes dramáticos-, Keith Moon (Leo) -ávidos de foco y chanza-, Royer Daltrey (Piscis) -sensibles y misteriosos- y John Entwistle (Cáncer) --sesudos y hogareños-, formaron la combinación astrológica más perfecta y autodestructiva que se puede reunir, pero esa es otra historia.

Volviendo a Hendrix, la mezcla de sus signos zodiacales, unida al talento natural propio de los músicos, dotó a la Experience de ese vigor transgresivo, telepático e inefable que les hizo tan fascinantes. Por desgracia,  estas combinaciones cósmicas son tan atómicas como breves y la formación no duraría mucho. Tras la escampada de Mitch y Noel en 1969, Hendrix, se quedó solo, tratando de introducir aire fresco a una nueva formación. Fue entonces cuando apareció Buddy Miles, baterista y Virgo, junto a Billy Cox, bajista y Libra, manteniendo un signo de tierra al bajo pero sustituyendo agua por aire tras la batería. El cambio fue más que notorio. Ya no había más agua tratando de apagar el incendio provocado por el guitarrista, en su lugar, la pirotecnia se vería balanceada por el aire expirado desde las baquetas de Miles. Un amaño que aplacaría el salvaje enfrentamiento, marca de la casa, entre percusión y guitarra, dando lugar, por contra, a desarrollos instrumentales más largos pero mucho menos iracundos.

El primero en percibir esa energía inexplicable entre músicos, tan lejos de lo cerebral como la propia intuición, fue el propio Hendrix, quien rápidamente volvió a ofrecer el puesto de batería a Mitch Mitchel, como quien regresa arrepentido de un caprichoso escarceo extramarital. Pese a ello, y con el tiempo jugando ya en su contra, Hendrix, no pudo reactivar la especial constelación musical de sus días de vino y rosas. El 18 de Septiembre de 1970 fue hallado muerto en su apartamento de Londres a causa del ahogamiento que le provocó por la aspiración de su propio vómito. Una muerte envuelta en las más extrañas circunstancias que suscitó una importante pregunta ¿Qué fue de su Corte después? La respuesta, como se adivina en sus canciones, tuvo mucho que ver con el vudú.

La maldición del faraón del rock and roll comenzó con su manager y posible asesino, Michael Jeffrey, quien, aterrorizado ante la noticia de que el músico más lucrativo de su catálogo le iba a despedir, tuvo la brillante idea narcotizarlo y ahogarlo en vino. "El hijo de puta quería dejarme", - confesó a un amigo durante una larga noche de copas. "Me era más valioso muerto que vivo. Si lo perdía a él, lo perdía todo". Jeffrey moriría en un accidente de avión en 1973, y fue el primero de todos a quien la maldición del faraón negro de la guitarra eléctrica ajustaría las cuentas. En los 2000 y, tras una reforma en el piso en el que Jeffrey residió tras la muerte de Hendrix, una pareja de nuevos inquilinos halló una carta manuscrita emparedada entre los ladrillos de una de las paredes, en ella, su manager, confesaba la atrocidad de haber asesinado al mejor músico de todos los tiempos movido, naturalmente, por el tormento de su consciencia impía. Es por esto que su alma, junto a la de Sísifo, permanecerá durante toda la eternidad sometida a una insoportable condena en el Tártaro.

En lo tocante a los artistas que trataron de emular o profanar su legado como fueron Arthur Lee (Love), Randy California (Spirit), April Lawton (Ramatam) o Robin Trower (Procol Harum), la maldición, fría e implacable, les reservó una lacerante condena al ostracismo de por vida. Un castigo tan injusto como inevitable que los relegó a los últimos puestos de las listas de éxitos, obligándolos a repetir una y mil veces que no volverían a copiar al maestro.

Peor suerte corrieron aquellos que se arriesgaron a replicar su repertorio, aquellos que, groseramente, tuvieron la osadía de presentarse como su viva reencarnación. Una insolencia que debieron pagar con su vida. Fue el caso del guitarrista Steve Ray Vaughan. Tejano y renovador del blues eléctrico durante los inciertos años ´80. Del bueno de Steve tan solo se recuperó el característico sombrero que siempre le acompañó tras desaparecer después de un inexplicable accidente de helicóptero en 1990.

Por otra parte estuvieron sus músicos. Los amigos y compañeros que acompañaron su obra y a quienes la maldición, por estrechez de vínculo, castigó con desigual crueldad.

Mitch Mitchell, quien estaba llamado a ser el mejor baterista de los años ´70, se decoloró en desacertadas superbandas de corte hard rock (Ramatam, 1972) en las que el que menos pintaba era, precisamente, él. Tan solo participó en el primer disco de aquella formación, siendo víctima de una sonrojante producción a cargo Tom Dowd (Allman Brothers, Dereck & Dominoes) quien pareció no tener ningún interés en hacerle sonar como el que fuera el mejor baterista de los años ´60. La banda, tras su marcha, también quedó maldita, siendo Ramatam uno de los grupos más injustamente olvidados de todos los tiempos. Tras aquella aventura, Mitchell, jamás volvió a participar en ningún otro proyecto reseñable, dando tumbos y errando los tiros hasta llegar el año 2008, año en que murió por complicaciones relacionadas con su irrecuperable adicción al alcohol.

Noel Redding, el díscolo bajista que le coló al genio de Seattle un par de sus anodinas composiciones, abandonó la Experience en 1969 por desavenencias con el líder. En lo sucesivo se dedicó desbarrar su carrera, moviéndose entre folk rutilante (Fat Matress), el proto heavy metal sencillote (Kapt Kopter, Road) o la comercialidad interesada (The Noel Redding Band), hasta retirarse en 1976. Eso sí, rodeado de ilustres colaboradores como Randy California (Spirit) o Eric Bell (Thin Lizzy) a los que no supo sacar el brillo esperado.

Tanto Redding como Mitchell se vieron obligados a renunciar a los royalties que ambos percibían por las grabaciones realizadas con Jimi Hendrix y, en 1974, los dos se vieron en la necesidad de vender el icónico instrumental de sus días de gloria para poder pagar sus facturas. Redding murió de cirrosis en 2003 (otro terco enamorado de la bourbon) tras protagonizar un decadente epílogo de estrella arruinada y parasitaria que terminó por dar un zurrido carpetazo a su experiencia musical.

Finalmente, la combinación negra de la segunda etapa de Jimi Hendrix tras la Experience, -la que él mismo bautizó como "la banda de gitanos"-, vivió algo más de fortuna, tal vez  por haberse expuesto menos tiempo a la maldición del guitarrista, tal vez  por haber sido sus amigos personales. Dos casuísticas que, sin embargo, no les libraron de pagar también un alto precio.

Billy Cox, su bajista durante apenas un año, publicó un interesante disco de funk cósmico en 1971 que pudiera haber sido una obra notable de no ser por su deslucida producción. Tras aquello, el que fuera amigo de la infancia de Hendrix, se dedicó a homenajearle interesadamente para poder comer. Actualmente es el único al que la maldición ha permitido vivir, seguramente, por la dispensa que le otorgó aquel lazo íntimo con Jimi.

El último de los músicos que acompañaron a Jimi fue Buddy Miles (baterista, compositor y cantante). Miles, ya había comenzado una exitosa carrera con la banda de blues-rock Electrtic Flag antes de sacrificarse a The Band of Gypsys. Fue un artista valioso y un prometedor compositor que quiso afianzarse en solitario y, aún estando vivo Hendrix, tuvo la oportunidad de editar uno de los discos más redondos de la década de los ´70 (Them Changes). Tras el fallecimiento de aquél todavía colaboró con Carlos Santana y fue capaz de dar alguna sorpresa musical, incluso pareció que, durante algún tiempo, se hubo librado de la condenación pero desgraciadamente no fue así. Hacia la mitad de la década, "le malédiction de l´enseignant", también tachó su nombre de la lista. Miles se enganchó gravemente a las drogas, cayendo en un abismo del que solo saldría para homenajear a su viejo amigo por motivaciones más oportunistas que sentidas. Murió en 2008, y ahora debe estar afinando su instrumento  junto a Mitch y Noel, esperando a que Cox se les una pronto para comenzar a improvisar de nuevo bajo las órdenes del maestro.

El último latigazo de calamidad se reservó a su propia familia. Hendrix tuvo dos hermanos: León (de sangre) y Jane (hija adoptiva de su padre). A la muerte del padre, Al Hendrix, en 2002 (la madre les abandonó siendo pequeños), la herencia y el legado del virtuoso quedó toda en manos de la hija sin parentesco natural, quedando el último Hendrix original fuera del reparto y, por tanto, de la gestión de los derechos. Una maléfica carambola que ha eliminado definitivamente todo el rastro sanguíneo del propio artista respecto de su obra.

La única explicación a la rutilante desgracia alrededor de la figura de Jimi Hendrix se encuentra en el primer maldito de todos: Robert Johnson. El guitarrista que vendió su alma al diablo en un cruce de caminos a cambio de la insuperable técnica que le granjearía fama y gloria. Hendrix quedó tan fascinado con él que, en su deseo de emularle, terminó también marcado por el siniestro sello de la sociedad más exclusiva y temible de todas. La del abyecto Club de los ´27. Tras Hendrix, todos y cada uno de los músicos que han deseado parecerse a él han corrido su misma suerte.

Ahora, como sucede con la Corte de los grandes faraones, sus músicos y sus inmensas riquezas descansan junto a él, y su legado, maldito ya por siempre, aún seguirá execrando a todos los jóvenes guitarristas que traten de descifrar el enigmático jeroglífico musical que el dios de ébano nos dejó escrito.

Aún hoy hay quien dice que el propio Jimi Hendrix nos observa con altivez desde su retiro celestial y junto a él toda su comitiva, e incluso hay quien opina que en los días en los que el cielo relampaguea con especial vehemencia, el faraón negro de la guitarra eléctrica nos quiere recordar que, pese a todo, también los dioses hacen el amor.